jueves, 25 de julio de 2013

El miedo

En la universidad no debiera existir el miedo. Y sin embargo, día a día, se ha vuelto nuestro aire.
¿A qué le tememos? A la oscuridad de las intenciones, a la rabia, a la intolerancia, al resentimiento, a los poderes, a la falta de transparencia.
Hay miedos por doquier, nos abandonó la confianza. Tenemos miedo ante todo por no saber quién nos mira, desde qué ojos sin rostro.

Nos espanta el atropello, los gritos, las malquerencias. Hay mucha hostilidad entre nosotros. El miedo nos ronda y nos cerca.

Y no debiera ser así. El miedo no tendría por qué enseñorearse en nuestros predios.

¿No es acaso la universidad un oasis? Hemos pensado que no tiene lugar en ella la amenaza ni los propósitos aviesos.

Hay una fraternidad que le es propia a la universidad. Acá las rivalidades se razonan.

Todos tenemos en ella un lugar. Cada uno piensa y hace lo que conviene. Concertados como estamos por una pasión común, el saber y sus generosas apuestas.

Pero miedo no. Caben el peligro y el riesgo y el misterio. Nos abrimos a lo desconocido.
 


Nos internamos en la noche de nuestras preguntas. Pero en la universidad hay siempre una mano, una palabra, una duda que acompaña.

Que haya personas que ocultan el rostro no tiene sentido. Debiera ser ley que el que hable lo haga con todo su rostro.

No debiera tener cabida el insulto, ni las bajezas ni las recriminaciones. En la universidad esculpimos nuestras emociones y nos refinamos y nos comprendemos.

No hay que estar todos de acuerdo para vivir aquí. El desacuerdo es la sal de la universidad. Pero no el reproche, las voces imperiosas, las órdenes.

No tiene sentido que haya quienes nos sometan a creer todos en lo mismo. Si es asunto de compromiso la universidad quiere mirar, oír, comparar, responder. Está dispuesta a estudiar, lo cual constituye un estado de revolución permanente.

Pero miedo no. No más miedo. Que no nos sigan amedrentando. ¿Quiénes son esos que quieren a toda costa uniformar la universidad? ¿Por qué tanto resquemor hacia lo múltiple y la diversidad?

El miedo es terriblemente intimidante. Las capuchas imponen la intemperancia y la ausencia de gestos. Se me hiela el corazón cuando me cruzo con encapuchados con joroba.

Me parece hermoso y valiente, una preciosa señal, que un grupo de universitarios del área de las ciencias naturales se pronuncie contra la violencia y la ofuscación. Lo que pasa en su lar nos conmueve a todos. Ese último acto espantoso, bombas y ultraje y robos y bofetadas a la dignidad, no debiera repetirse nunca.

Los que reclamamos que no haya más miedo sabemos, cómo no, que el pavor impera en todos los rincones. Que no hay ciudadano colombiano que no lo padezca. Si queremos que aquí no se imponga no es para edificar un edén artificial para beneficios mezquinos.

Todo lo contrario, queremos estudiar el miedo colectivo, sus causas, sus terribles argucias. Y ayudar a erradicarlo con el más efectivo de los antídotos: el estudio minucioso de la realidad que señala la injusticia y conjura el horror.

Ayer escuché la marcha de los ciudadanos de ciencias. Delicada, paciente, lúcida en sus palabras y gestos. En sus comunicados dicen que a pesar de su temor los guía su amor.

Decirle a alguien, tengo miedo, es ya empezar a apartar el miedo.





[Publicado también en el portal UdeA Noticias]

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