lunes, 1 de abril de 2013

La frase única


Estaríamos preparados para salir a buscar. Una sola frase, abierta a todos, dócil y esquiva como la arboleda o el mar.

Una frase dispuesta a llevarnos por el silencio hasta nosotros mismos. Una frase maternal, sabia y discreta.

Nos cansa a veces que haya tantas palabras. Y con ellas tantos modos de perderse en el mundo. Gritos, interjecciones, mandatos. Nos sentimos intimidados por nuestra babel.

Una frase única, la misma en todas las lenguas. Prometedora sin evasión, rica sin ostentaciones. A la vez casi discreta, jugando a hundirse en su propio secreto.

Es un sueño y a lo mejor la escuchemos en sueños. Allí donde estamos solos y a la vez abrazados. Y de pronto una voz, también única, inconcebible en su belleza y precisión, una música perfecta, más bella que el follaje en la brisa.

Una voz que nos diga dónde ir, qué camino escoger en la noche de las encrucijadas.

Pero voces así ya no quedan. Para buscar por su nombre en el río a los desaparecidos.

Una frase. Sin estridencia o jactancia. La espera que no pide nada, el abandono sin ruegos.

¿Entre nosotros cuál sería? Cuando el conocimiento pretende haberlo dicho ya todo. 

Acaso no sea de la ciencia de quien haya que esperarla. Sus fórmulas prefiguran casi todas realidades siniestras. 

La ciencia que dice, ‘es preferible, presumible, previsible’. Y pasa sin consideración del dicho a los hechos. Las frases impacientes, conquistadoras insaciables. 

Frases artefactos, certezas sin piedad ni templanza. La ciencia cree y crea y forcejea. La realidad le teme con razón, su boca insaciable.

Ha de venir más bien del miedo y de la compasión y del desamparo y de la amistad sin esperanza. 

Dirá lo mínimo, no se atreverá a agregar ya más nada. Acaso un ‘ven’ o un ‘acércate’. 

Tal vez murmure, ‘aquí estoy’. Y se quedará callada y no tendrá que agregar ya otra cosa.

Cuando nos oyen esa sobreabundancia de frases que nos caracteriza, más de uno nos mira como diciendo, ‘no digas ya nada’.

Con la sabiduría que da el dolor nos pedirán que nos recojamos, que no vociferemos, que no es nuestra verdad puntuada y recitada la que calmará las heridas.

Estamos buscando, acaso sin saber, la única frase. Parecemos perdidos mientras buscamos. No nos rodeamos a nosotros mismos, nuestra paciencia la guarda, nuestra bondad la aguarda, nuestra intrepidez la resguarda.

Es como si una voz quisiera decirnos, ‘aparta tu lengua de esa brasa. Es hora de recogerse en el temple de un mutismo sin ansia’.

Hablar será entonces abrir los ojos. Y a lo mejor, en el muro de la ignominia se escriba algo, unas cuantas palabras, recogidas con estupor y sin rabia.

Porque la frase única no será con seguridad rayada con mano soberbia. Será un viento, una nube, una brisa ligera. Y será menester aguzar la mirada.

Y pasar esa frase como un anillo, de mano en mano, de corazón a corazón.

La frase de la mañana sin llanto. Las manos se encargarán de lavar en ella la sangre. Y las palabras brillarán, como brillan los niños cuando anochece.





[Publicado también en el portal UdeA Noticias]

No hay comentarios.:

Publicar un comentario