lunes, 18 de febrero de 2013

Envejecer

Acaso aquí se tenga derecho a envejecer. A lo mejor porque ella, la vejez, es una difícil conquista.

Podemos pensar que los mejores años están por venir, que el conocimiento y la verdad exigen paciencia.

Uno se prepara toda una vida. Espera, madura lentamente. A veces pasan meses y años de sequía. Y de pronto, un misterioso florecer anuncia sus vuelos.

Amo los destellos de la edad, los rebrotes ligeros. La juventud es la sal de la universidad. Su brío, su frescura, su ángel.

Pero también es cierto que en asuntos de edad nada es del todo fijo. Hay quienes envejecen a la más tierna edad, quienes agotan su vida en los años fogosos.

También hay seres que nunca llegan a la infancia, edad que, como sabemos, aparece al final.

Las edades se mezclan, se cruzan, nacen y mueren repentinamente. Es difícil estar preparado para cada edad. Y más difícil aún inventar, mientras se vive, edades distintas, relaciones nuevas, extinciones y despertares súbitos.

Sería de esperar que la universidad nos dejara experimentar con las edades de la vida. Como ella, también el conocimiento es sorpresivo, imprevisible, milagroso. Cada verdad tiene su propia edad, dura lo que tiene que durar y luego se aleja.

Qué bueno fuera que entre nosotros la vida no se suceda abatida por el aburrimiento. Fernando Pessoa dice que debemos aprender a monotonizar la existencia. Sólo así estaremos preparados para lo nuevo.

El conocimiento fatiga, es arduo, a veces árido. Y de pronto, cuando menos lo esperamos, reverdece y alumbra.

Pero hablaba de envejecer. Hay personas que me preguntan el límite de mi edad en el trabajo. Sé que eso está previsto, que la ley intenta ser precisa al respecto.

Solo que, viéndolo bien, eso no debería obsesionar. Cada cual irá viendo. Y lo lógico es que las normas acompañen de manera sabia y discreta. Que dejen que cada quien sepa hallar sus edades y en particular la de irse.

Lo que se dice de la vejez suele ser agudo y justo. Las culturas más robustas veneran a sus viejos. Solo la mezquindad de la competencia y la obsesión por el éxito los relega y excluye.

El viejo sabe porque ha vivido que mientras más se vive menos se sabe. En eso consiste su experiencia.

La sabiduría es una docta ignorancia. El viejo asiente y pregunta, se reserva en la aguda prudencia. Escucha mientras otros hablan, es más lo que medita que lo que dice.

He pensado mucho en eso: la universidad debería ser menos ruidosa, tendría que ser más lo que calla que lo que pregona. Y cuando se pronuncie que parta en dos el silencio.

Siempre me acuerdo que corría detrás de los viejos. Quería preguntarles algo pero sobre todo arroparme en su sombra.

Ahora que envejezco siento alegría por poder trabajar con los jóvenes. No porque tenga algo que enseñar o porque la verdad esté de mi lado. Más bien para compartir con ellos la perplejidad, el que cada día está hecho de recodos y sutiles secretos.

La mayor ventaja que da envejecer es que lo que uno hace es por nada, que no se espera nada distinto a vivir y entregarse completo.

Pues el tiempo gotea en las palabras y ese es su consuelo.

La vejez es la edad de la plenitud gozosa - dolorosa. En ella uno recibe infinitamente más de lo que da.


Uno presiente que empezó a envejecer cuando la gratitud es la palabra para todas las horas.




[También publicado en el portal UdeA Noticias]